Si
realmente existe una estrecha relación entre la capacidad de un hombre
para apreciar el arte y su aptitud general para la vida diaria, que en
una ciudad como Madrid abunden objetos e intervenciones artísticas
gratuitas podría dar muestras de una sociedad más educada y mejor
preparada. O al menos ayudar a que eso suceda. Así lo cree el artista
argentino afincado en Madrid Luciano Suárez (Madrid, 1976), quien ha
expuesto en dos de los centros más significativos del circuito joven
madrileño, Matadero y Conde Duque, ambos de entrada libre: "Para mí, la
gratuidad no marca un supuesto no-valor de las obras de arte; cuanto
más se acerque el arte a la mayoría, mejor. De hecho, creo
profundamente que cuanto más unido a la sociedad esté, más sana será
esa sociedad". Acaso por eso mismo, Suárez es uno de los expertos a los
que hemos pedido ideas para un recorrido —poco exhaustivo pero
sorprendente— por el arte de la ciudad cuya contemplación no cueste un
duro y trascienda a la clásica exposición de bar de fotografías hechas
por esa prima del dueño con ínfulas creativas. Suárez abre fuego con un inaudito lugar: "Frágil, el escaparate de La
Tetería de la Abuela en el barrio de Malasaña, donde hay una selección
de artistas emergentes muy buena". "Es interesante recuperar la idea
decimonónica del flâneur, ese caminante urbano que, en sus paseos, une
su identidad a la de la ciudad", cuenta Manuel Borja-Villel (Burriana,
Castellón, 1957), director del Reina Sofía, museo que además de ofrecer
a los visitantes tramos de gratuidad (Lunes de 19.00 a 21.00; de
miércoles a sábado, de 19.00 a 21.00; los domingos desde las 13.30)
cuenta con los espacios del Retiro (El Palacio de Velázquez y el de
Cristal), que no cobran entrada.
"Yo intento no perderme las aperturas de exposiciones del Centro de
Arte Dos de Mayo. El viaje en tren a Móstoles es rápido y permite ver
una buena sección del urbanismo de la ciudad", cuenta Andrés Jaque
(Madrid, 1971), reciente León de Plata en la Bienal de Arquitectura de
Venecia. ¿Alguna otra idea para disfrutar de arte y de esa condición de
paseante urbano? Sergio Bang (Madrid, 1976), uno de los socios de la
galería y librería Swinton & Grant lo tiene claro. "Comenzar en
los muros de Tabacalera con piezas de Borondo, Spok, Ze Carrión, Pedro
Sega o Sabek. Seguir por Esta es una plaza,
huerto urbano en la calle
del Doctor Fourquet cuyas paredes tienen murales de artistas como Roa,
Blu, Nuria Mora o Liqen. Después, callejear por Lavapiés observando muy
bien las paredes y muros donde se pueden encontrar piezas de
Neorrabioso, La Banda del Rotu o Por Favor, y terminar en el Palacio de
Cristal de El Retiro, con sus exposiciones increíbles". Precisamente,
el promotor de estas acciones, Borja-Villel, dispone —a modo de posdata
y en un mensaje de texto—, que "hay un lugar realmente gratis en Madrid
que recomiendo: los frescos de Goya en San Antonio de la
Florida". El museo nacional que dirige desde 2007 no es el único
centro que puede
visitarse gratis: el Prado no cuesta de lunes a sábado desde las 18.00
hasta las 20.00, y domingos y festivos de 17.00 a 19.00; el Thyssen,
los lunes de 12.00 a 16.00. También están las fundaciones Juan March,
Telefónica y Mapfre y, claro, las galerías (las jóvenes de Doctor
Fourquet y las consagradas del distrito cuatro y todas las que quedan
entre uno y otro extremo ético y estético). Pero más allá de eso, y
siguiendo aquella extraña conclusión a la que llegó el escritor Enrique
Vila-Matas durante su visita a la Documenta de Kassel, conclave
quinquenal con lo más relevante del arte contemporáneo ("el arte es
algo que nos está sucediendo"), están las obras no-enmarcadas en un
espacio artístico, con las que uno se tropieza cada mañana al ir a
trabajar. "Es que hay muchas economías, no sólo la comercial. Por
ejemplo, hay obras de arte que inyectan realidades diferentes en el día
a día y, sólo por eso, toman un enorme valor", dice Jaque, quien
trabaja desde los inicios de su carrera como arquitecto en conectar el
urbanismo y la arquitectura con lo práctico, para crear un orden social
vivo y humano. "Los grafitis de Muelle en la calle de Montera o los
murales de Las Costus en el bar La Vía Láctea de Malasaña de los años
80", continúa, "permitían imaginar y experimentar formas de vida
alternativas al día a día de Madrid". De hecho, tal y como explica el
director del Reina Sofía, fue a partir de esa década cuando "se impone
la idea de que la obra cuando se utiliza es cuando cobra sentido. Y es
cierto. Lo que sucede es que curiosamente todo esto coincide con la
aparición de grandes colecciones privadas lo que limita el acceso
público al arte. Hay que cambiar el chip y entender algo que es obvio:
la cultura es de todos".
Algunos museos ofrecen acceso libre a ciertas horas y días
¿Desmerece la gratuidad el gesto de ir a ver arte? La escultura de
Gustavo Torner, uno de los artistas españoles más significativos del
pasado siglo, de la plaza de los Cubos a la que da nombre, está ahí a
la vista y pocos han reparado en que sea, eso, una obra de arte. O el
puente en Madrid Río con la intervención de mosaicos de Rafael Canogar
o el esplendoroso Museo de Escultura al Aire Libre de la Castellana.
"El fetichismo que ha introducido la mercantilización de todos los
aspectos de la sociedad, también afecta al arte. Y en ese sentido, el
ciudadano —o podríamos decir súbdito— es propenso de alguna manera a
caer en las trampas de ese fetichismo", afirma el pensador Rafael
Argullol (Barcelona, 1949), autor de libros como Maldita perfección,
ensayo sobre el arte y la belleza. "La gratuidad conecta directamente
con la vocación pública que tienen los lenguajes artísticos. Lo público
ha de ser inclusivo, igualitario y abierto, y estos rasgos te los
ofrece el espacio público urbano. Las obras en las calles son un
instrumento de legitimación del discurso político de turno, y también,
si su discurso es más subversivo, pueden abrir nuevas formas de
re-intepretar las dinámicas urbanas", reflexiona por su parte Luisa
Fuentes (Lorca, Murcia, 1979), comisaria independiente experta en arte
joven latinoamericano, quien en los últimos meses ha hecho una
residencia en La Casa Encendida, gratis, por cierto, y que propone
acercarse hasta Moncloa y disfrutar de la fachada de Casa do Brasil,
del arquitecto Luis Afonso d'Escargnolle Filho con la colaboración del
español Fernando Moreno Barberá: "Siempre alucino por cómo esta fachada
es un potentísimo vehículo de transmisión de los ideales de las
vanguardias brasileñas: articulación de un lenguaje universal a través
de la geometría, conexión con la cultura tribal, sociedades
igualitarias, inclusión social o activismo".
La gratuidad es un arma de doble filo", afirma un artista. Por un lado, soy partidario de
que el arte sea público y gratuito, pero en una sociedad altamente
mercantilizada, el ciudadano da menos importancia a aquello por lo que
no paga", afirma Argullol. El ilustrador Cristóbal Fortúnez (Santiago
de Compostela, 1980), quien acude entre semana al Prado a última hora y
que recientemente descubrió la instalación del artista venezolano
Carlos Cruz Díez en el Parque Juan Carlos I, utiliza el mismo concepto
que el escritor catalán y lo deriva de una manera similar: "Cuando se
valora una obra por el precio que se paga por verla, hablamos de puro
esnobismo, ¿no? En teoría, el valor artístico de cualquier cosa es
independiente de su precio de mercado, a no ser que quieras pagar una
obra para poseerla, o ser el único en disfrutarla. En este caso de lo
que hablamos es de fetichismo".
Dado que ya sabemos que en la mayoría de ocasiones la forma es el
contenido, el hecho de ir a descubrir arte urbano a una tienda de ropa
no debería sorprendernos. Sergio García (Reus, 1979) trabaja en Monkey
Garden, tienda referencia de estilo urbano en el centro de la capital.
En sus paredes, estos días, cuelgan pinturas del madrileño Mario de la
Iglesia. "A los artistas con los que trabajamos les gusta exponer aquí,
es algo diferente, no sienten que desmerezca su obra por estar expuesta
en un lugar donde en general se vienen en busca de prendas y no de
arte. Así rompen con las reglas establecidas. Eso pasa también por
ejemplo en el espacio y tienda de arte y muebles Kikekeller, en
Malasaña. Para mí es como una galería pero en lugar de cuadros o
esculturas hay objetos únicos".
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