Eran las 11 de la noche cuando la carioca Pamela Castro, entonces con
21 años, esperaba a un amigo para graffitear en una gran avenida en Río
de Janeiro. La pareja pintaría el muro durante la noche para evitar
líos con la policía, ya que no tenían autorización del dueño del
espacio. Panmela estaba sola en el momento en que fue abordada por un
hombre que decía ir armado. Él la sujetó por el brazo y la arrastró
hacia una plaza oscura. La graffitera fue salvada por un vehículo de la
policía que pasó por allí en el momento en que el criminal amenazaba
con violarla. O sea, fue socorrida por quien pensaba que iría a
perseguirla. "Fui asediada un millón de veces en las calles", dice.
Hoy, con 34 años, dirige la red Nami, una organización que enseña
graffiti a chicas del suburbio carioca para que puedan protestar, por
medio del arte, contra el machismo y la violencia doméstica.
"Durante mucho tiempo los tíos no me tomaron en serio por ser mujer",
dice Panmela, que usa el pseudónimo Anarquía boladona. Pero, igual que
los hombres, ella se enfrenta a todos los obstáculos de la actividad,
como cargar con escaleras a la espalda para pintar la parte superior de
casas y enfrentarse a problemas legales por la actividad artística
muchas veces no reconocida.
Panmela cuenta también que tuvo que guardar el equilibrio sobre
cornisas estrechas (a veces de diez centímetros) para pintar el lado
exterior de edificios, subirse a andamios e incluso hacer rapel para
dibujar en una pared a muchos metros del suelo. "Nunca dejé de hacer
nada por ser chica", asegura.
Al igual que Panmela, mujeres de todo el mundo buscan los muros para
expresar sus sentimientos y luchar por más igualdad. "La participación
de las mujeres en el arte de calle es creciente", afirma la fotógrafa
americana Martha Cooper, que fotografía la escena desde los años
70. Aunque
la presencia femenina se haya multiplicado por diez en la última
década, Martha estima que "no pasamos el 1% del total de graffiteros".
Incluso en menor cantidad, ellas hacen mucho ruido con dibujos
coloridos, cargados de sentimientos y una estética muy femenina. "Las
graffiteras quieren ser respetadas. Muchas veces el mensaje es
feminista", afirma el investigador Gustavo Coelho, de la Universidad
Estatal de Río de Janeiro, estudioso del tema.
El graffiti nació esencialmente masculino durante la década de los años
70, en medio del movimiento hip-hop, en Nueva York. La lucha por el
territorio era tenaz, y los ataques violentos, con asesinatos, eran muy
frecuentes. Miembros de las bandas de un barrio pintaban sus nombres -
tags, en la jerga de las calles- en vagones de trenes que circulaban
por barrios enemigos como forma de provocación. Aunque no pudiesen
entrar en la "zona prohibida", era una manera de reforzar su identidad
en el campo adversario. Con el paso del tiempo, las letras fueron
evolucionando en dibujos y comenzaron a aparecer mujeres
supervoluptuosas en las pinturas. Precisamente
contra esa imagen de objeto es contra lo que las graffiteras luchan en
la actualidad.
"Como no formaba parte del hip-hop y no pintaba los mismos dibujos,
decían que yo no era una de ellos", cuanta Nina Pandolfo, de 38 años,
la graffitera brasileña conocida por pintar imágenes de chicas con ojos
grandes, flores, gatos y bichitos entrañables. Ella comenzó su carrera
en los muros de Sao Paulo a principios de los 90, cuando el arte
callejero estaba bajo fuerte influencia de los artistas
norteamericanos. "Mi trabajo refleja lo que soy y por eso transmite
feminidad", dice Nina. Hace poco más de diez años, sin embargo, la
autenticidad de Nina llamó´la atención de los críticos y pasó a exponer
en ferias de arte en Sao Paulo y fuera de Brasil.
Aún hoy, algunos graffiteros no ven con buenos ojos los trabajos muy
femeninos como los de Nina. "Me gusta cuando las mujeres pintan como
los hombres", dice un defensor del graffiti de Sao Paulo, que prefiere
permanecer en el anonimato. "Eso quiere decir que está guay ver un
trabajo sin saber el género de quien lo hizo". Este argumento, sin
embargo, va contra todo aquello por lo que las mujeres del movimiento
luchan. Una de ellas es la afgana Shamsia Hassani, de Kabul. Única
graffitera del país, suele pintar con pintura azul personajes vestidos
con burka o hiyab en situaciones diferentes a lo que querrían los
radicales islámicos: bailando, tocando instrumentos, surgiendo de las
profundidades... Por
su parte, la sudafricana Faith, de 47 años, de Ciudad del Cabo, que no
revela su verdadero nombre, es otra referencia. Su especialidad es
retratar a mujeres espiritualizadas y filosóficas. En uno de sus
murales más famosos dibujó a una chica con la frase "nuestra palabra es
nuestra arma". Y es queel rasgo identificador de todas ellas es un paso
a la igualdad. En España también existen ejempolos de artistas que han
convertido las paredes en lienzos donde plasmar este arte colorista
lleno de contenido. Es el caso de la murciana Matilde Tomás, Eme en los
graffitis, licenciada en Derecho y pintora e ilustradora autodidacta,
que tras dejar huella por las paredes de medio mundo ( Atlanta, Miami,
Bolzano, Roma, Estrasburgo, Paris, Munich, Basilea, Lisboa, Oporto,
Valencia, Barcelona, Zaragoza y Tolosa) y asistir a convenciones de
arte urbano ha vuelto a su ciudad natal para montar su propio estudio
de ilustración y diseño llamado Casa Chiribiri, en el que "llevo acabo
pequeños proyectos de identidad para establecimientos comerciales
creando su imagen con un toque handmade: rotulación tradicional,
persianas, fachadas, murales interiores". Matilde, que lleva diez años
pintando en la pared, asegura que su pintura "crea pequeñas escenas con
secillos mensajes". Alice Pasquini (Roma, Italia), de 30 años, pinta
mujeres en grandes paneles, destacando sus expresiones. Su obra más
cara se ha vendido por 6500 euros. La canadiense Miss Me sólo pinta en
las calles y suele descontextualizar iconos de la cultura pop. Bambi
tiene 33 años y grafitea pop art con plantillas (stencil) por las
calles de Londres. Por su obra más cara se han pagado más de 85000
euros. La marca registrada de Nina Pandolfo son chicas y animales en
tono pastel. Su mejor obra alcanzó los 80000 dólares.
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