Estas manifestaciones salen caras tanto a los "grafiteros" -que
prefieren llamarse "escritores" y que pagan unos tres euros por cada
bote de "spray"-, como a los contribuyentes: el Ayuntamiento de Madrid
gastó cerca de seis millones de euros en 2005 en la limpieza de
1.245.000 metros cuadrados de pintadas y pegatinas, una superficie
equivalente a 125 campos de fútbol. Más de cien trabajadores se suben
cada día a los cincuenta vehículos del servicio especial de limpieza
que el consistorio madrileño ha puesto en marcha para acabar con lo que
denomina "suciedad urbana". Pero no todo tiene por qué ser suciedad.
Según afirma a Efe el historiador del Arte Fernando Figueroa, autor de
"Graphitfragen" y coautor de "Madrid Graffiti, Historia del Graffiti
madrileño: 1982-1995", los "graffitis" pueden habitar las ciudades "con
coherencia" e incluso "servir para embellecerlas". Para
Figueroa, "este es un problema social y por eso los políticos deberían
ser más sociales que represivos", ya que la convivencia entre los
autores y su improvisado público pasa, en su opinión, por dejar pintar
a la gente "más o menos libremente, con control, habilitando zonas para
los 'graffitis'"."El problema es que mientras que para algunos una
ciudad con 'graffitis' puede ser estéticamente progresista, para otros
es sinónimo de caos e inseguridad", señala este doctor en Historia del
Arte por la Universidad Complutense, uno de los estudiosos españoles
más importantes de este fenómeno. "En cualquier caso, la imagen del
grafitero marginal está rota", puntualiza Figueroa, quien destaca que
el "graffiti", que nació en el Nueva York de los años sesenta, ha
tomado posiciones en los circuitos artísticos convencionales, además de
en medios masivos como el cine o la televisión. Para
tratar de canalizar el ímpetu de los "sprays", el Ayuntamiento de
Leganés se convirtió en 2005 en pionero en habilitar un espacio de
creación concebido como "Museo del Graffiti" al aire libre y con el
que, a priori, todos ganan: mayor control de las pintadas en paredes
ajenas y reconocimiento y fama para los "escritores".
Leganés es la prueba de que la convivencia es posible. "El proyecto ha
contribuido a mantener limpios otros espacios que no son adecuados para
los "graffitis" y hemos ayudado a que se conozcan mejor las obras",
resume un portavoz del centro.
Según Figueroa, estas zonas son apropiadas para los "escritores" que
sólo están interesados en lo artístico y lo estético, una tendencia que
choca con "otras expresiones más contestatarias y subversivas que
pierden su esencia en estos espacios". La
diferencia entre una simple pintada y una obra elaborada con fines
estéticos "sólo la marcan la intencionalidad del autor y la visión del
propio espectador", asegura Figueroa, tras comentar que "mientras
algunos se lo toman como un hobby, otros forman parte de las tribus
urbanas, en las que el 'graffiti' es un elemento más de su forma de
pensar".
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