Numerosos graffitis adornan una barrera de contención del río Támesis
de Londres. Para unos arte, para otros, vandalismo. El graffiti ha
construido a lo largo de su historia su particular «Paralelo 38». Una
línea que marca dos formas radicalmente opuestas de ver un movimiento
que, tal como se concibe hoy, tiene su origen en los guetos de
Philadelphia y Nueva York a principios de los 70, pero cuya génesis se
remonta a épocas tan añejas como la Antigua Grecia o el Imperio Romano.
No es casualidad que la palabra graffiti provenga tanto del término
italiano «sgraffiti» cuyo significado equivale a dibujo o garabato
sobre una pared, como del griego «graphein» que significa escribir.
Denostado o admirado, a nadie se le escapa que los muros marcados por
el spray de estos «artistas», forman parte del paisaje urbano en casi
cualquier rincón del mundo. A lo largo del S.XX fue clave para
numerosos movimientos de resistencia.
El graffiti, convertido en uno de los medios de expresión claves del
siglo XX, ha ido moldeando su significado en función del uso simbólico
que cada etapa de la historia le ha otorgado. Así,
durante la II Guerra Mundial los nazis vieron en las pintadas
callejeras un filón propagandístico para alimentar el odio hacia judíos
y disidentes. En contraposición, también fue pieza importante para
numerosos movimientos de resistencia que necesitaban de su uso para
hacer pública su oposición. En 1942, un grupo de estudiantes alemanes
bajo el nombre «La Rosa Blanca», expresaban su rechazo al régimen de
Hitler estampando sus consignas en las paredes. A mediados de los 70 el graffiti había
dejado sentadas las bases de un nuevo modelo sociocultural. Gracias a
la aparición del emergente movimiento «Hip Hop» se fortaleció la
propuesta de quienes lo consideraban un estilo de expresión cultural.
Durante la década de los 80, el «boom graffitero» sale de las calles de
Nueva York para expandirse a lo largo y ancho de Estados Unidos y
cruzar el Atlántico hasta desembarcar en Europa. Pero aquellas
convulsas fechas mantenían al viejo continente dividido en dos mundos
antagónicos. El
graffiti comenzcó abriéndose hueco en la parte Occidental hasta que la
caída del Muro de Berlín en 1989 significó la expansión definitiva de
este «arte callejero». En la actualidad, el tramo más largo y mejor
conservado del Muro recibe el nombre de East Side Gallery, convertido
en la mayor galería de arte al aire libre del mundo con 1,3 kilómetros
de longitud, contempla más de un centenar de graffitis realizados por
artistas llegados de cualquier lugar de La Tierra. En medio de la
vorágine que supuso la Movida Madrileña, el desarrollo de los llamados
escritores autóctonos o «flecheros madrileños» establece el punto de
partida de un movimiento pionero que empezaba a visualizar las
posibilidades estéticas del espacio urbano. Rápidamente, las calles de
Madrid se vieron plagadas por pintadas de todo tipo. No solo se trataba
de realizar la mejor pieza, también la masiva presencia de «firmas» se
tradujo en una psicosis por ver quien marcaba más el territorio.
El personaje más representativo de aquella época fue Muelle. Una
espiral acabada en una flecha era la firma de Juan Carlos Argüello, a
quien desde la escuela apodaron así tras construir una bicicleta con un
muelle gigante de amortiguador. En diciembre de 1985 y después de dejar
en miles de rincones su estampa, Muelle procedió a registrar su
logotipo en la propiedad industrial, haciéndose un hueco en prensa,
radio y televisión. En 1993 decidió «retirarse» declarando que su
mensaje estaba agotado. A los 29 años, el «graffitero» más famoso del
panorama español moría víctima de un cáncer. Bansky, un «graffitero
global»
de identidad desconocida, se cree que es originario de una localidad
cercana a Bristol. Tristán Manco, ilustrador, diseñador gráfico y una
de las voces más autorizadas del arte urbano británico, estima que
Bansky creció bajo el cobijo de los «sprays» que tan magna repercusión
tuvieron a finales de los 80 en Gran Bretaña. Más allá de sus
comienzos, hoy día su trabajo es uno de los más valorados tanto dentro
como fuera del mundillo.
Ninguna de sus obras queda exenta de un fuerte componente de denuncia
social. A través de la sátira, reproduce a su manera temas
controvertidos que atañen a la política, deporte, cultura, acciones
militares, moralidad, etc,... Su última aparición tuvo lugar con la
llegada de los Juegos Olímpicos a Londres. En esta ocasión realizó dos
graffitis dando la «bienvenida a los Juegos». En uno de ellos mostraba
a un atleta lanzando un cohete en lugar de una jabalina, y en el otro,
daba vida a un saltador de pértiga elevándose sobre una verja rota.
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