Unas veces
les toca buscar a asesinos en serie a partir de los puntos donde han
aparecido los cadáveres de sus víctimas. Otras veces investigan el
comportamiento de terroristas para descubrir dónde ocultan sus
depósitos de armas. El objetivo concreto no es lo más importante; para
ellos, la clave es desarrollar programas que sirvan para todo tipo de
investigadores policiales. Su software imita la conducta humana y la
hace predecible. El último objetivo con el que este equipo londinense
de la Queen Mary University ha probado sus métodos es un artista. Casi
podría decirse que un fantasma. Desde la aparición de sus primeros
graffitis en las calles de Bristol en 1992, el enigmático Banksy se ha
cuidado mucho de permanecer en el anonimato y la clandestinidad. Nadie
lo ha visto nunca en acción ni ha logrado fotografiarlo. Estos
científicos han aplicado por ello ahora sus técnicas para identificar
al fin al grafitero más famoso del mundo.
Su
estudio consta de seis páginas llenas de modelos matemáticos y
gráficos, y su conclusión es sumamente interesante: hay una gran
probabilidad de que tras el fenómeno Banksy se oculte un tal Robin
Gunningham, nacido en Bristol y con residencia ocasional en Londres,
aunque hoy está en paradero desconocido.
Varios
medios se han hecho eco de este informe científico. Desde la oficina
del artista, que para estos casos tiene una dirección de correo
electrónico y que cuenta con un equipo de abogados de intervención
rápido, no se ha emitido ni una confirmación ni un desmentido. ¿Quiere
eso decir que se ha resuelto el misterio del poeta y artista del spray?
El precio de las obras de Banksy sólo las hace asequibles a un grupo de
compradores muy concreto: los que pueden pagar más de 100.000 euros por
una serigrafía de 50 por 50 centímetros. Las obras más caras rondan el
medio millón. Sumas como esas sólo se pagan cuando el cliente da por
segura la inversión, es decir, anticipa una futura subida del precio.
En Ámsterdam se ha abierto el nuevo Museo de Arte Contemporáneo, y lo
hace con una doble exposición: Andy Warhol y Banksy. Ambos comparten ya
un mismo nivel. Lo curioso es que este tipo de éxitos siempre ha sido
un tabú para el grafitero más famoso del mundo, algo de lo que siempre
ha huido. Y es que este artista, que cuenta entre sus fans con Brad
Pitt y Angelina Jolie, se convirtió en Banksy porque se obstinó en ser
un fantasma, porque vive al margen de museos, galerías y revistas
especializadas, porque se burla del mercado del arte y de los
coleccionistas acaudalados. Y además, es un un tipo divertido,
auténtico, que ha aportado algo propio a la tradición artística de la
que surgió. Banksy comparte con sus compañeros de spray esa épica de la
guerrilla, pero hay algo que lo diferencia de ellos: es mucho mejor.
¡Nunca me encontraréis! Ese era el reto que Banksy lanzaba al mercado
del arte, al sistema, a los medios. El reto fue aceptado. El que más en
serio se lo tomó fue la edición dominical del Daily Mail. En el verano
de 2008, un equipo de cuatro periodistas se encaminó a Bristol. Lo
dirigía Claudia Joseph, una reportera que ya había trabajado para el
periódico siguiendo el rastro a familiares de famosos. Y era
especialmente buena en lo suyo. Ocho años antes, los periódicos y
páginas web británicos se habían visto saturados de artículos y
reportajes que apuntaban quién podía esconderse detrás del pseudónimo
de Banksy. En unos se decía que se trataba de un tipo llamado Robin
Banks; en otros, que era un colectivo de artistas. La periodista
Claudia Joseph, una fanática de su trabajo, buceó en bancos de imágenes
y archivos hasta que dio con una fotografía. En ella se veía a un
hombre arrodillado, con trozos de cartón recortados y botes de spray.
Presuntamente, la imagen se habría tomado en Jamaica y, presuntamente
también, era Banksy.
Meses más tarde, tras numerosas pesquisas, Joseph encontró un
informante que no sólo creía conocer al hombre que aparecía en la foto,
sino que también pudo darle un nombre: Robin Gunningham. Parecía una
buena pista. Gunningham era de la misma zona de Bristol de la que presuntamente
procedía Banksy. La periodista se dirigió a la sede central del
Registro Civil de Londres y pidió acceder a la ficha de Robin
Cunningham, venido al mundo el 29 de julio de 1973. Allí también
averiguó los nombres de sus padres: Peter Gordon Gunningham - ejecutivo
jubilado- y Pamela Ann Dawkin-Jones - antigua secretaria-. La pareja se
había separado. Al final de su investigación, Claudia Joseph tenía una
lista con 20 amigos, parientes y artistas callejeros de Bristol.
Además, descubrió que algunos de los antiguos compañeros de piso de
Gunningham también eran amigos de Banksy. Una mujer admitió que había
encontrado obras de Banksy cuando compró una casa en la que había
vivido Gunningham. Caliente, caliente, pensó la reportera.
Finalmente, un buen día llamó a la puerta de ese jubilado llamado Peter
Gunningham, el presunto padre de Robin. "¿Su hijo es el artista
conocido como Banksy?", le preguntó. El anciano respondió educadamente
que no podía decirle nada. Sonrió y guardó silencio. Aquello fue la
confirmación, dice Claudia Joseph hoy.
En
aquellos tiempos, año 2008, las técnicas criminológicas no estaban tan
desarrolladas como ahora, no existían los algoritmos que permiten
procesar los distintos escenarios del crimen para identificar a su
posible autor. La verificación de la información conseguida por Claudia
Joseph quedó en el aire hasta que los científicos de la Queen Mary
University se pusieron manos a la obra. Su técnica se basa en una
asunción fundamental: las personas que cometen actos ilegales, ya sea
esconder cadáveres o pintar graffitis, se comportan de forma
predecible. No idéntica, pero sí similar. Por ejemplo, siempre suele
haber una distancia parecida entre el lugar de residencia o el
escondite del delincuente y el lugar de los hechos. Estos dos puntos
nunca están muy cerca, pero tampoco demasiado lejos. Evidentemente,
siempre hay características propias asociadas a cada persona, pequeñas
desviaciones... pero simples detalles que se pueden introducir en la
fórmula final. De esa manera y a partir de la cuadrícula que forman los
distintos escenarios de cada ciudad, es posible trazar un círculo en
torno a la zona de donde probablmente venga el autor. Los científicos
estudiaron las calles de Bristol y Londres donde Banksy había pintado
sus obras y vieron que Robin Gunningham había vivido en el centro del
círculo demarcado.
Se ha podido reconstruir así la historia de un joven de clase
media-alta que ya de estudiante dio que hablar por su talento para el
dibujo. Un joven que un buen día desapareció antes de, muy
probablemente, volver a reaparecer como Banksy. Un rebelde, sí, pero
que lleva por lo menos diez años firmando sus obras y vendiendo
serigrafías y pequeñas obras sin firmar, piezas que introduce en el
mercado a través de intermediarios. Y que incluso disponen de
certificados de autenticidad. En el caso de Banksy siempre queda la
duda de si el que posiblemente sea el artista político más destacado
del mundo no nos estará tomando el pelo. ¿A qué juega Banksy? Hay dos
posibilidades. La primera, la peor: el mercado del arte lo ha devorado.
Banksy se ha acabado prostituyendo, se ha vendido ahora que su secreto
ha salido a la luz y su mito se desvanece. Ya era famoso, ahora se hará
rico, quién lo habría de culpar por ello. Tiene sus obligaciones, una
infraestructura que mantener. Viaja, necesita asistentes, abogados,
billetes de avión, botes de spray. Y los compradores que están
adquiriendo sus obras saben que las venderán algún día por diez veces
el precio que han pagado. Todo el mundo, contento. Lo único es que
Banksy como tal habrá dejado de existir. Segunda posibilidad: Banksy
está jugando con el mercado del arte. El hombre que metía a escondidas
sus obras en los museos en vez de llevarse las de otros maestros, como
haría cualquier delincuente normal, al final se proclamará vencedor.
"El arte callejero y el capitalismo no casan bien", dijo una vez. Quizá
todo sea sólo un truco más. Pero todavía queda una tercera posibilidad.
Puede ser que aún no haya nada decidido y que la historia continúe.
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