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TITULO: "«Desenmascarado el grafitero más cotizado del mundo"
Texto: Ralph Hoppe y Christoph Scheurmann

Fuente: ABC XL Semanal, nº 1488, 01-05-2016
Todo apunta a que Banksy, el grafitero más enigmático y famoso del mundo, ha sido por fin desenmascarado por unos criminólogos. Al mismo tiempo se lo alaba en todo el mundo y sus obras son vendidas más caras que nunca... ¿Se ha vendido Banksy?. .. 

 

Banksy in effect

Unas veces les toca buscar a asesinos en serie a partir de los puntos donde han aparecido los cadáveres de sus víctimas. Otras veces investigan el comportamiento de terroristas para descubrir dónde ocultan sus depósitos de armas. El objetivo concreto no es lo más importante; para ellos, la clave es desarrollar programas que sirvan para todo tipo de investigadores policiales. Su software imita la conducta humana y la hace predecible. El último objetivo con el que este equipo londinense de la Queen Mary University ha probado sus métodos es un artista. Casi podría decirse que un fantasma. Desde la aparición de sus primeros graffitis en las calles de Bristol en 1992, el enigmático Banksy se ha cuidado mucho de permanecer en el anonimato y la clandestinidad. Nadie lo ha visto nunca en acción ni ha logrado fotografiarlo. Estos científicos han aplicado por ello ahora sus técnicas para identificar al fin al grafitero más famoso del mundo. 

Su estudio consta de seis páginas llenas de modelos matemáticos y gráficos, y su conclusión es sumamente interesante: hay una gran probabilidad de que tras el fenómeno Banksy se oculte un tal Robin Gunningham, nacido en Bristol y con residencia ocasional en Londres, aunque hoy está en paradero desconocido. 

Varios medios se han hecho eco de este informe científico. Desde la oficina del artista, que para estos casos tiene una dirección de correo electrónico y que cuenta con un equipo de abogados de intervención rápido, no se ha emitido ni una confirmación ni un desmentido. ¿Quiere eso decir que se ha resuelto el misterio del poeta y artista del spray? El precio de las obras de Banksy sólo las hace asequibles a un grupo de compradores muy concreto: los que pueden pagar más de 100.000 euros por una serigrafía de 50 por 50 centímetros. Las obras más caras rondan el medio millón. Sumas como esas sólo se pagan cuando el cliente da por segura la inversión, es decir, anticipa una futura subida del precio. En Ámsterdam se ha abierto el nuevo Museo de Arte Contemporáneo, y lo hace con una doble exposición: Andy Warhol y Banksy. Ambos comparten ya un mismo nivel. Lo curioso es que este tipo de éxitos siempre ha sido un tabú para el grafitero más famoso del mundo, algo de lo que siempre ha huido. Y es que este artista, que cuenta entre sus fans con Brad Pitt y Angelina Jolie, se convirtió en Banksy porque se obstinó en ser un fantasma, porque vive al margen de museos, galerías y revistas especializadas, porque se burla del mercado del arte y de los coleccionistas acaudalados. Y además, es un un tipo divertido, auténtico, que ha aportado algo propio a la tradición artística de la que surgió. Banksy comparte con sus compañeros de spray esa épica de la guerrilla, pero hay algo que lo diferencia de ellos: es mucho mejor.

¡Nunca me encontraréis! Ese era el reto que Banksy lanzaba al mercado del arte, al sistema, a los medios. El reto fue aceptado. El que más en serio se lo tomó fue la edición dominical del Daily Mail. En el verano de 2008, un equipo de cuatro periodistas se encaminó a Bristol. Lo dirigía Claudia Joseph, una reportera que ya había trabajado para el periódico siguiendo el rastro a familiares de famosos. Y era especialmente buena en lo suyo. Ocho años antes, los periódicos y páginas web británicos se habían visto saturados de artículos y reportajes que apuntaban quién podía esconderse detrás del pseudónimo de Banksy. En unos se decía que se trataba de un tipo llamado Robin Banks; en otros, que era un colectivo de artistas. La periodista Claudia Joseph, una fanática de su trabajo, buceó en bancos de imágenes y archivos hasta que dio con una fotografía. En ella se veía a un hombre arrodillado, con trozos de cartón recortados y botes de spray. Presuntamente, la imagen se habría tomado en Jamaica y, presuntamente también, era Banksy. Meses más tarde, tras numerosas pesquisas, Joseph encontró un informante que no sólo creía conocer al hombre que aparecía en la foto, sino que también pudo darle un nombre: Robin Gunningham. Parecía una buena pista. Gunningham era de la misma zona de Bristol de la que presuntamente procedía Banksy. La periodista se dirigió a la sede central del Registro Civil de Londres y pidió acceder a la ficha de Robin Cunningham, venido al mundo el 29 de julio de 1973. Allí también averiguó los nombres de sus padres: Peter Gordon Gunningham - ejecutivo jubilado- y Pamela Ann Dawkin-Jones - antigua secretaria-. La pareja se había separado. Al final de su investigación, Claudia Joseph tenía una lista con 20 amigos, parientes y artistas callejeros de Bristol. Además, descubrió que algunos de los antiguos compañeros de piso de Gunningham también eran amigos de Banksy. Una mujer admitió que había encontrado obras de Banksy cuando compró una casa en la que había vivido Gunningham. Caliente, caliente, pensó la reportera. Finalmente, un buen día llamó a la puerta de ese jubilado llamado Peter Gunningham, el presunto padre de Robin. "¿Su hijo es el artista conocido como Banksy?", le preguntó. El anciano respondió educadamente que no podía decirle nada. Sonrió y guardó silencio. Aquello fue la confirmación, dice Claudia Joseph hoy. 

En aquellos tiempos, año 2008, las técnicas criminológicas no estaban tan desarrolladas como ahora, no existían los algoritmos que permiten procesar los distintos escenarios del crimen para identificar a su posible autor. La verificación de la información conseguida por Claudia Joseph quedó en el aire hasta que los científicos de la Queen Mary University se pusieron manos a la obra. Su técnica se basa en una asunción fundamental: las personas que cometen actos ilegales, ya sea esconder cadáveres o pintar graffitis, se comportan de forma predecible. No idéntica, pero sí similar. Por ejemplo, siempre suele haber una distancia parecida entre el lugar de residencia o el escondite del delincuente y el lugar de los hechos. Estos dos puntos nunca están muy cerca, pero tampoco demasiado lejos. Evidentemente, siempre hay características propias asociadas a cada persona, pequeñas desviaciones... pero simples detalles que se pueden introducir en la fórmula final. De esa manera y a partir de la cuadrícula que forman los distintos escenarios de cada ciudad, es posible trazar un círculo en torno a la zona de donde probablmente venga el autor. Los científicos estudiaron las calles de Bristol y Londres donde Banksy había pintado sus obras y vieron que Robin Gunningham había vivido en el centro del círculo demarcado. Se ha podido reconstruir así la historia de un joven de clase media-alta que ya de estudiante dio que hablar por su talento para el dibujo. Un joven que un buen día desapareció antes de, muy probablemente, volver a reaparecer como Banksy. Un rebelde, sí, pero que lleva por lo menos diez años firmando sus obras y vendiendo serigrafías y pequeñas obras sin firmar, piezas que introduce en el mercado a través de intermediarios. Y que incluso disponen de certificados de autenticidad. En el caso de Banksy siempre queda la duda de si el que posiblemente sea el artista político más destacado del mundo no nos estará tomando el pelo. ¿A qué juega Banksy? Hay dos posibilidades. La primera, la peor: el mercado del arte lo ha devorado. Banksy se ha acabado prostituyendo, se ha vendido ahora que su secreto ha salido a la luz y su mito se desvanece. Ya era famoso, ahora se hará rico, quién lo habría de culpar por ello. Tiene sus obligaciones, una infraestructura que mantener. Viaja, necesita asistentes, abogados, billetes de avión, botes de spray. Y los compradores que están adquiriendo sus obras saben que las venderán algún día por diez veces el precio que han pagado. Todo el mundo, contento. Lo único es que Banksy como tal habrá dejado de existir. Segunda posibilidad: Banksy está jugando con el mercado del arte. El hombre que metía a escondidas sus obras en los museos en vez de llevarse las de otros maestros, como haría cualquier delincuente normal, al final se proclamará vencedor. "El arte callejero y el capitalismo no casan bien", dijo una vez. Quizá todo sea sólo un truco más. Pero todavía queda una tercera posibilidad. Puede ser que aún no haya nada decidido y que la historia continúe.

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