Un
grupo de operarios griseó las pintadas de la M-30 antes de
la visita del Comité Olímpico Internacional,
semanas atrás. Aquel kilométrico muestrario de
firmas, visible durante meses por miles de conductores,
desaparecía así providencialmente con el fin de
evitar que la Comisión Evaluadora le echase el ojo.
Sobrentendía el Ayuntamiento de Madrid que una ciudad
candidata no podía permitirse una postal asociada a la
marginalidad y a la degradación en plena carrera hacia los
Juegos. Al denominado Street Art, salvo cuando alguna
institución lo decide por su cuenta, rara vez le cuelgan
medallas. Lo sorprendente es que en varios rincones del centro de la
capital proliferan desde hace casi medio año y ante la
pasividad municipal una serie de grafitis que sus propios autores
definen sin pudor como antiestéticos. Y no son los que
cubren por completo la pareja de edificios de Plaza de
España que Telefónica vendió a la
inmobiliaria Monteverde, ahora en concurso de acreedores, y que
permanecieron 'okupados' hasta fechas recientes. Se trata de las piezas
con las que Sabek, Ruina y el tándem Laparesse han
bombardeado con afán incontables muros, puertas y persianas
metálicas sobre todo del barrio de Lavapiés.
Reconocibles por una iconografía muy concreta que
incluye corazones palpitantes, volcanes en erupción, coronas
del revés y cabezas de oso, todo ello ejecutado por lo
general con sprays de uno o dos colores, dichas intervenciones suelen
ir acompañadas de mensajes críticos e
irónicos que tienen como trasfondo la situación
económica española: 'Descansa, haz gasto,
disfruta la crisis', '21% IVA, 21% IRPF, 27% paro y creciendo',
‘Yo paro, tú paras, él para’,
'Tú a Londres y yo a Kuala Lumpur', etc. El cuarteto de
activistas admite, en cualquier caso, que su reflexión sobre
el difícil momento que vive el país corre en
paralelo a la que propone sobre el mismo género del arte
urbano. Por eso no dudan en reconocer estar "haciéndolo feo
adrede" en lo que respecta a sus creaciones callejeras. 'Hazlo siempre
grande y sucio', conmina explícitamente en otra obra. "Nos
preguntamos por qué el grafiti es objeto de noticia y nos
respondemos que es el caldo de cultivo de estéticas
más o menos marginales que la moda convertirá en
vendibles. Esto responde también al porqué de
hacerlo feo, algo así como '¿hasta
dónde podéis llegar?'", responden por correo
electrónico estos agitadores culturales.
En tierra de
nadie Javier Abarca, profesor de Arte Urbano en la Universidad
Complutense de Madrid, ayuda a contextualizar una forma de
expresión intimidatoria incluso para los familiarizados con
el circuito. "El feísmo es una tendencia muy extendida en el
grafiti europeo desde hace unos 15 años. En Madrid se
cultiva desde hace unos años un feísmo extremo
mucho más deliberadamente indeseable que en otras ciudades,
donde es a menudo muy sofisticado", detalla. "Para el público
general el producto es demasiado violento para ser
aceptable". Responsable de la plataforma de investigación
Urbanario, Abarca advierte no obstante de que usar la
fórmula del grafiti "más tosco e invasivo" es
"muy poco común". En consecuencia, las coloca en una
posición difícil, en tierra de nadie. "Para el público del grafiti, el trabajo se sale de sus
códigos gráficos y por tanto no tiene
ningún interés. Para el público
general, el producto es demasiado violento para ser aceptable como arte
urbano", diferencia este especialista. "Lo más probable es
que simplemente no se identifique como arte urbano y pase por tanto
desapercibido, como una más de las ubicuas muestras de
grafiti invasivo que la gente ha aprendido a ignorar".
Convencidos de
que la ciudad "necesita mejorar" y sorprendidos por la "impresionante"
respuesta que afirman estar recibiendo del público, Sabek,
Ruina y Laparesse se preguntan por los mencionados "mecanismos
asimiladores y sus límites". "La cuestión es:
¿por qué este estilo está teniendo
más repercusión? ¿Por qué
la gente se siente interpelada? Quizá diga: 'Eso lo
podría hacer yo', y va y lo hace". A su vez, el colectivo
subraya que "sería bonito ver cómo la ciudad la
decoramos entre todas (las personas)". "El arte urbano feo e inaceptable
existe desde siempre", matiza Abarca el impacto de propuestas como la
del cuarteto. "Por otro lado, estos límites ya han sido
explorados: hasta las estéticas más agresivas del
grafiti son susceptibles de convertirse en producto, servicio o reclamo
comercial, incluso de lujo, como ha quedado sobradamente demostrado en
los últimos tiempos". Y cita como ejemplo los bolsos de
Louis Vuitton en homenaje a Stephen Sprouse y la campaña
publicitaria de un perfume de la firma Escada. Dos pinceladas que, tal
vez, habrían evitado que llegado el momento la
delegación del COI se hubiese escandalizado.
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